Los fármacos antiepilépticos (FAE) tienen como objetivo controlar las crisis epilépticas. Es decir, no son un tratamiento curativo. La eficacia de los FAE reside en la capacidad de controlar la hiperexcitabilidad neuronal que caracteriza la epilepsia.
Actualmente, hay unos 20 medicamentos antiepilépticos diferentes, todos con beneficios y efectos secundarios diferentes.
Tipos de medicamentos
Tradicionalmente se habla de FAE clásicos, como los primeros que aparecieron y FAE nuevos, los que han surgido en los últimos 20 años:
1) FAE Clásicos
2) FAE Nuevos:
3) FAE de última generación:
Ante un paciente que acaba de ser diagnosticado de epilepsia, inicialmente el neurólogo receta carbamazepina, valproato, levetiracetam, lamotrigina u oxcarbazepina, a menos que sea un tipo de epilepsia que requiera de un tratamiento diferente (Sindrome de West, Lennox, etc.) En el caso de las crisis de ausencia, se receta la etosuximida como tratamiento primario.
La decisión de cuál medicamento recetar y, en qué dosis, depende de una gran variedad de factores, entre ellos, el tipo de crisis que tiene la persona, el estilo de vida de la persona, su edad y la frecuencia con que ocurren las crisis.
Se considera que tras un plazo de hasta 2-5 años sin crisis, se puede plantear la reducción de la dosis, incluso la suspensión del tratamiento farmacológico. No obstante, es importante que el paciente sea consciente de los problemas que puede ocasionarle la retirada total de medicación. Esta decisión siempre deberá tomarse de mutuo acuerdo entre el neurólogo y el paciente.
En el caso de que el paciente haya probado tres tipos de fármacos a lo largo de tres años (un año en el caso de los niños), se considerará fármaco resistente y se le recomendará una valoración para poder someterse a cirugía de la epilepsia.
Efectos secundarios
Como cualquier otro fármaco, los FAE también tiene efectos secundarios. Por ello se recomienda un seguimiento continuo del tratamiento farmacológico, sobre todo, durante los primeros años.
Los efectos secundarios pueden ser menores, como cansancio, mareo o aumento de peso. En este caso, se debe ajustar la dosis hasta dar con la cantidad adecuada. Sin embargo, puede haber otros más graves, como las reacciones alérgicas, sobre todo cutáneas o de expresión más generalizada (fiebre, adenopatías, etc.). También pueden predisponer a la persona a sufrir depresión o psicosis. En este caso, el tratamiento farmacológico quedaría totalmente descartado.
En el caso de la aparición de estos síntomas, se debe advertir al médico.